Friday, August 5, 2011

síganme los buenos


Hace tiempo que no duermo bien. Me despierto tres, cuatros veces cada noche y me paro de la cama y escucho, separo los ruidos de afuera y los de mi casa para ver si alguien se ha metido y anda por la casa, robándome. Luego, con un bate, por si acaso, al alcance de las manos, me dejo caer y concilio o continúo el sueño interrumpido. No sé carajo qué me despierta o por qué carajo salto de la cama sin más ni más, tres, cuatro veces cada noche. No estoy bien, lo sé, pero estar mal no es una buena razón médica para lo que hago o me hago o me pasa cada noche. La verdad es que ya estoy acostumbrado al preludio del miedo, al alivio que experimento cuando compruebo que todo está bien o que por mi casa no anda un hijueputa hinchándome más la existencia, riéndose de mí, a mis espaldas, de los tristes cachivaches que he almacenado—los que debería tirar a la basura si yo me respetase. Deudas, penurias, siempre las he tenido; problemas estomacales, del corazón, de la cabeza, nada inusual, como todo el mundo; problemas de amor, de ubicación, lo mismo, típico de mi generación. Nada anormal me acontece, me sucede, excepto el chiste de mal gusto de las interrupciones al mundo onírico, supuestamente mío, sin razón de ser que me suceden. Quién carajo me despierta y para qué o por qué. Quién se empecina en enviarme señales en un idioma que no hablo, que no entiendo—bastante tengo ya con el arte contemporáneo, con la mujer y los hijos, con la sociedad o la suciedad; bastante tengo ya con los problemas que me invento, con las preguntas que me hago, que se me hacen, con las ambiciones, las ilusiones que me hacen quedar mal. Y si alguien se metiera a mi casa, qué haría, nada, lo más seguro. Me escondería debajo de la cama y esperaría a que el tipo se marchara. Imagino que si todavía a esas altas horas de la noche no se me hubiese ido la borrachera, trataría de asustar al ladrón, de inocularle mi miedo con el bate que le regalé a mi hijo, con mi voz de cantante de baño o con mi cuerpo esquelético, o escultórico a los ojos de la muerte. A lo mejor es la conciencia, la tuya, me susurra lo que me queda de cristiano, la culpa, pero no le hago caso pues la fe, la locura no son mi fuerte, ni la esquizofrenia que dicen que ha de joderme antes de morir o matarme.

Me despierto y tomo agua o llego al inodoro, pues hay que aprovechar las veces que me despierto; no todo en la vida es despilfarro, de cuando en cuando tenemos que dar la cara, que ser responsables. Eso sí, no me preocupa el comportamiento de mi cuerpo; si a él le gusta despertarse tres, cuatro veces cada noche, bien. No me quejo, él manda a veces, yo cuando se me pega la gana. Es un buen arreglo y si tomamos en cuenta los supuestos gobiernos de nuestros países, los resultados, el mío es el mejor desgobierno. Hay que gobernar y dejarse gobernar, turnarse. No todo puede ser robo y saqueo, pues la teoría del bien a veces hay que llevarla a la práctica. Pero no las aprovecho por completo, mis interrupciones, debido a que no recuerdo los sueños, a que no me ayudan a recordarlos cuando llego a la cocina, antes de irme a laburar, y me siento por unos minutos a la mesa para lo del café, lo del pan. Quién sabe, a lo mejor es una bendición el no poder recordarlos. Mas en verdad nunca les he dado crédito a los sueños de los demás; incluso, siempre me ha parecido de mal gusto lo que hacen casi todos los novelistas: un sueño aquí y otro allá para llenar o tapar el vacío de sus escrituras, para disimular que tienen mucho que decir. El tiempo, el destino, el libre albedrío y los sueños, con lo que se nace y con lo que luego se hace o se deshace uno, etcétera—pero ya esto es harina de otro costal. Me gustaría llamar a un amigo o una amiga cuando me despierto, pero no tengo ni lo uno ni lo otro, y poder matar así el tiempo con ellos, después de haberlos asustado con mi llamada, pero como dije hace poco no tengo amigos; me busqué lo que me propuse desde joven: la soledad, la paz, el olvido y el vacío que me hace invisible, insoportable. Se ha muerto dios y otras muertes, por igual, hemos experimentado: la del idioma, la de la filosofía, de la poesía, de la catarsis y la de la vecina que tenía un culo que ni hablar. Un cementerio, una marcha fúnebre. Así que lo del nocturno mío no es para tanto aunque yo reitere lo contrario, aunque mi teatro parezca creíble, razonable.

Últimamente he escuchado que sólo la gente mala duerme bien. Lo cual me hace pensar que soy uno de los buenos, y me agrada la idea. ¿A quién, no? Aunque lo más probable es que me despierte tres, cuatro veces cada noche debido a que el sueño ya no me tolera, a que ya se ha hastiado de mi disco rayado y trata, a su modo, de mandarme a la mierda, de decirme: vete a joder a la realidad y déjame en paz; ya bastante tengo con tus poluciones.


c. a. campos, 2011

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